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jueves, 9 de diciembre de 2010


El rey de la escuela



          La frustrada protesta terminó antes de empezar. Eran personas que, por convicción, marcharían por la ruta 22 hasta el cruce de Arroyito, aquel soleado 4 de abril. Mientras la mayoría se preocupaban por la enésima recuperación del Diego, mientras todos los medios se centraban en las inundaciones en Santa Fe y los aún 30 mil evacuados, unas mil personas, afiliadas a la Asociación de Trabajadores de la Educación de Neuquén, pedían aumento salarial para los docentes. El tema mantenía estancada la provincia; el paro docente tenía gran adhesión.
            -"Es peligroso, yo no voto a favor de esta idea. Vamos a quedar librados a la suerte".- Visionario o no, Carlos Fuentealba no se equivocaba. Y quedó demostrado
con la peor de las pruebas.
Nacido en Junín de los Andes, creció en el campo, aunque trabajó en juguerías, supermercados y laboratorios. Su trabajo en la UOCRA lo movilizó hacia la lucha desde la educación, a tal punto que se recibió de profesor a los 38 años y logró el premio “Rey de la escuela” al mejor profesor otorgado por alumnos.
            Aquella votación de ir a la ruta 22 a protestar, decidido por mayoría de los afiliados al sindicato, no le gustaba nada a Carlos. Por ese motivo votó en contra de la propuesta. Más allá que no estaba de acuerdo, acompañó a sus colegas. No tuvieron ni siquiera chances de llegar al punto convenido para la protesta.
A las 9 de la mañana, la marcha, que había arrancado una hora antes, se desarrollaba con normalidad. Marcelo Gualgliardo, secretario general de ATEN, iba casi al frente de la movilización. Era todo en paz, hasta que aparecieron unos policías.
- “Tenés cinco minutos y te vas por las buenas o por las malas”  le dijo un policía.
-“Venimos a luchar por lo que queremos los compañeros, no a hacer quilombo.”
De repente, balas de goma volaban por todos lados, los gases lacrimógenos se les colaban a todos por las vías respiratorias, las mil personas que marchaban empezaron a correr campo traviesa. El paisaje lindero a la ruta era verde por donde se mire, salvo por una estación de servicio. Pero de un momento a otro, no se veía nada. Las corridas se multiplicaban, como así también las balas, los gases y el agua del camión hidrante que arremetía por primera vez. Nadie entendía nada, solo se acordaban de las palabras de Carlos en la asamblea. Algunos, en la desesperación, se refugiaron en la estación de servicio que estaba a unos metros, mientras los demás corrían sin freno hacia cualquier lado, hasta que la policía abandonó la violencia después de unos pocos minutos que parecieron horas. Luego de una conversación entre dirigentes del ATEN y autoridades de la policía en la Shell, se pactó que la gente se dirigiría hacia la ciudad de Senillosa, y allá iban a resolver que hacer. Así fue que algunos comenzaron la vuelta a pie o en auto. Carlos se subió al 147 con dos colegas y emprendieron la lenta vuelta hacia Senillosa.
La ruta 22 es importante, ya que permite el ingreso de turistas hacia la zona. Más aún cuando es Semana Santa, momento en que el nivel de turismo sube radicalmente.
Apenas los manifestantes emprendieron la vuelta se empezaron a mezclar con los autos y camiones que venían del sur por la ruta. Cuando Fuentealba y la mayoría de la gente se había alejado dos kilómetros del lugar del incidente, unas combis del GEOP se hicieron presentes al costado de la ruta para acompañar a la columna de manifestantes en que regresaban. Fuentealba los observaba de costado, casi espiándolos. Se había sentado en el asiento trasero del 147 y venían hablando de que era obvio que se iba a armar quilombo, él lo había avisado, él lo presentía. Pero la charla se interrumpió cuando los policías bajaron de la camioneta. Sólo unos segundos pasaron desde que se bajaron hasta el comienzo de la segunda etapa de represión. El camión hidrante se hizo presente como si fuese un monstruo. Aunque no entraba en acción, estaba en alerta. Otra vez, balas de goma y unos gases. Ahora sí, el agua comenzó a golpear todo lo que se cruzaba. De golpe, casi como si se hubiese partido el tiempo, se acabaron los disparos. Pero el último quedo sonando en los oídos como si fuese un eterno dolor de cabeza. Un cartucho de gas lacrimógeno recorrió 3 metros, atravesó el vidrio trasero del 147 y le pegó en la nuca a Carlos Fuentealba. La policía se retiró y la ambulancia tardó 20 minutos en llegar.
-“Soy la mujer”- gritaba Susana Rodríguez cuando llegó al hospital.
 Costó dos días hacerla entender que ya era viuda y debía cuidar a sus hijos de 10 y 14 años sola. Se había quedado sola, incluso, desde el momento del disparo. Pero no iba a aceptarlo hasta verlo. Carlos Fuentealba murió en el acto, en el preciso instante que el cartucho de gas le golpeó la nuca, le hundió el cráneo y le destruyó el cerebro. Pero el respirador artificial lo mantuvo con los signos vitales activos durante dos días. Dos operaciones en 48 horas no pudieron hacer nada frente al golpe recibido, más que sacarle el respirador y cortar con la agonía.