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jueves, 7 de octubre de 2010

Crónica: Noche de las corbatas

      



      “Vos tirate al suelo y ponete contra allá”. “Dejá de hacerte el vivo y andá contra el rincón si querés seguir vivo”.  Los hombres, con armas en las manos,  entraron de manera violenta.  Tanto el Dr. Pablo Coppola como el Dr. Cangaro no tuvieron, siquiera, tiempo de reaccionar. De todos modos, eso solo hubiese empeorado las cosas.  El objetivo no eran ellos, si no el Dr. Salvador Arlestín.  Aquel fatídico 7 de julio de 1977 fue la última vez que se lo vió libre. Mejor dicho: segundos antes a las 20hs, fue el último momento que se lo vio libre.
                        Hace 62 años, en Rentería, España, nació Salvador Arestín. Tenía el mismo nombre que su padre, un hombre tan duro como trabajador. Su idea de escaparle al Franquismo lo tenía convencido, pues nadie toleraría un “franquista” sin ideologías políticas acordes o, peor aún, vacío de pensamientos, como él lo era. Cuando el partió a Argentina, el pequeño Arestín tenía dos años.
            Primero Mar del Plata y, cuando llegó la familia, Rawson fue el lugar que los albergó. El pequeño Salvador creció con educación y fortaleza. Las cosas en la Argentina iban de maravillas de la mano del General Peron y Evita. El padre seguía trabajando en el puerto,y así siguieron hasta que Salvador terminó el colegio y se volvieron, en 1966 a vivir y trabajar en el puerto de Mar del Plata.
                        “No quiero estar más acá, es una mierda” dijo Salvador Arestín a su padre, que lo miró y se le rió, nada más. “¿Dónde conseguirá trabajo si no se acá.”. Pero poco le importó a Salvador lo que le diga su padre. Él, con 23 años, ya había comenzado sus estudios en la Universidad Católica. Su futura esposa, Gabriela,  fue quién logró meterlo en Tribunales, donde comenzó a trabajar a la par de las últimas materias de abogacía. Es por eso que, cuando sus padres volvieron a España, el se quedó junto a su esposa, con quien tendría dos maravillosos hijos. La situación ya no era tan hermosa como cuando llegaron a Rawson. La dictadura ya era parte de la Argentina. Lanusse y Onganía hacían estragos por donde pasaban, la lucha por seguir el ideal de Franco o de De Gaulle (“Ideal franquista y final De Gaulle, sería perfecto” decía Onganía para si mismo.).
Los días se fueron tornando cada vez más difíciles en la Argentina, pero Arestín hacía frente junto a sus amigos Cangaro y Pablo Coppola. El nuevo estudio jurídico abierto entre los tres a mediados de abril, lo llenaba de vitalidad y ganas de trabajar.
- ¿Estás seguro que tenemos que tomar el caso?- le preguntó Coppola a Salvador, sentados de cada lado del escritorio en el despacho de Arestín.
- Si no defiendo esto, me traiciono a mi mismo. Traiciono a mi ideal y a mi familia (gritó, golpeando fuerte y seco la mesa el español), que siempre buscó escaparse de las dictaduras. Hoy prefiero lucharla. Los derechos humanos no se negocian, Pablo.- Se paró para gritar la última frase como si se tratara de un presidente.
- Bueno pero la situación no está fácil, Salvador.

            Corría el 1977. Salvador, que quería la democracia como sistema pero no pertenecía a ningún partido político, ya era un hombre de 29 años, con una familia hermosa y un trabajo que le fascinaba. Camino al trabajo, cruzó la hermosa plaza, pero en el trayecto un hombre le preguntó su nombre.
- ¿Y usted quién es?- Dijo Salvador
- Un gusto, soy el Dr . Mansilla. Abogado.- le comentó el extraño y luego se acercó al oído de Arestín: -Defiendo los derechos humanos, nos vemos mañana a la mañana en este lugar- y le entregó un papel con una dirección y un horario.
-“Cuando llegue se va a dar cuenta de lo que hablo”. Dijo, por último, Mansilla.
                  Salvador dio media vuelta y camino unos 40 metros más hasta su estudio.

En cuestión de segundos, el grupo armado entró en el estudio jurídico,  ubicado en Av. Colón al 3800, en el centro de Mar del Plata.  Un hombre de pelo rapado, sin una arruga en su cara pero con una seguridad digna de un hombre de experiencia, entró al despacho de Coppola y, a punta de arma, lo hizo sentar sobre una esquina, justo al lado del tacho de basura. La misma suerte corrió el Dr. Cangaro. El encargado de su silencio y sumisión era un petiso que parecía totalmente inofensivo, pero el arma que llevaba en su mano rompía con esa teoría. Luego de partir varios vidrios de la puerta, entró al despacho de Cangaro y le ordenó quedarse sentado, justo en la esquina. Si se pudiese ver un plano desde arriba, solo una pared dividía a los dos abogados. Los gritos incesantes de los militares no les dejaban pensar en otra cosa que no sea su propia vida. Pero hubo un grito mucho más fuerte. “Soltame hijo de puta. No hice nada malo” fueron los primeros gritos que se oyeron. “No me mates, tengo familia, y trabajo para darles de comer, nada mas” dijo dos o tres veces, en un castellano notable. La acción duró menos de dos minutos, y sería el puntapié de una ola de secuestros a abogados y demás en Mar del Plata. Al irse los militares, Cangaro y Coppola fueron al despacho de su amigo. No faltaba nada en el estudio jurídico, o casi nada. Habían secuestrado al Dr. Salvador Arestín. Ni siquiera faltaba el papel que decía “20hs. Ruta Nacional Nº 2. Lindante al Aeropuerto”

            “Que entre el 6, 7 y 8 de julio llevaron a todos los abogados a la Cueva, sin poder precisar con exactitud qué día llegó cada uno. Que estima que el 8 llegó Arlestín. Que el Dr. Arestín se quejaba del dolor por la herida y pedía por el médico y le decían "Vení que te llevamos con el médico" y lo llevaban a una sesión de tortura y luego le cosieron las heridas sin anestesia.” Verificó Marta García de Candeloro, en el testimonio del Juicio de la Verdad, el 21 de marzo de 2001. Había estado unas horas en el mismo lugar donde estaban los abogados secuestrados, pero luego fue liberada. Pudo reconocer el lugar, quedaba sobre una ruta que, por estar justo al lado del aeropuerto, era la número 2. Ni Pablo Coppola ni Cangaro quisieron declarar en el juicio.
           
            Hoy en día, el Dr. Salvador Arestín sigue desaparecido.

            

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